Del coraje de una mujer a una misión común que une ciencia y comunidad a través del proyecto CELISE para el desarrollo rural sostenible.
Durante las protestas en Nairobi a principios de la década de 1980, mujeres sin poder político ni protección se alzaron contra los hombres que estaban talando los últimos bosques que quedaban en la ciudad. Lo único que tenía era la creencia de que los árboles debían sobrevivir. Su acto detuvo la destrucción y se convirtió en un símbolo de protección del medio ambiente en las zonas rurales.
«Cuando plantamos árboles, plantamos semillas de paz y esperanza».
Sus palabras son tan simples pero tan poderosamente ciertas. En las zonas rurales y vulnerables, ese mensaje sigue siendo particularmente importante. Para mejorar radicalmente el desarrollo social, preservar el patrimonio tanto natural como cultural debe ser fundamental. La sostenibilidad se basa en tres pilares: económico, ambiental y social. Incluir personas, tradiciones y paisajes da sentido a las soluciones futuras.
Utilización de biomasa
El uso de recursos de biomasa en zonas rurales puede ser una buena alternativa para fortalecer ese equilibrio. El futuro de estas zonas escasamente pobladas puede basarse en nuevos negocios y emprendimientos locales que utilicen residuos agrícolas y forestales que antes se consideraban desechos. Estos pueden convertirse en fuentes de energía, nuevos materiales e ingresos locales. Este es el foco del proyecto CELISE, que busca soluciones sostenibles para zonas rurales y vulnerables mediante la reutilización de residuos de biomasa local. Este proyecto demostró que combinar el conocimiento científico y la participación comunitaria puede mejorar la sostenibilidad. El proyecto está coordinado por la Universidad de Cantabria en el norte de España y recibe financiación del programa de investigación e innovación Horizonte 2020 de la Unión Europea en el marco del acuerdo de subvención Marie Skłodowska y Curie no. 101007733.
La intersección del conocimiento y el empoderamiento comunitario
La experiencia de los proyectos de ingeniería nos enseña una lección importante: sin la voz de la gente, las soluciones técnicas muchas veces fracasan. Los aspectos económicos garantizan la viabilidad. La dimensión ambiental asegura la responsabilidad, mientras que la dimensión social asegura el significado y la continuidad. Sin él, incluso las ideas de vanguardia pueden perder su propósito una vez que se ponen en marcha.
Lo mismo sucedió en la vida de una mujer que una vez caminaba entre los árboles en Nairobi. Cuando viajé al extranjero para estudiar biología, descubrí un mundo donde la educación estaba abriendo oportunidades que todavía estaban cerradas para muchas mujeres en mi país de origen. Se dio cuenta de que los procesos naturales y las cuestiones sociales están profundamente conectados. Unos años más tarde, se convirtió en la primera mujer del país en obtener un doctorado. De allí regresó a su tierra natal y siempre defendió la idea de que el conocimiento no debía limitarse al laboratorio, sino que debía ser útil para el progreso social en las zonas rurales.
Combinando investigación colaborativa y conocimiento local
Siguiendo esta idea, el proyecto CELISE reunió a investigadores de 24 instituciones tanto académicas como empresariales en 11 países de Europa y América Latina para desarrollar innovaciones sostenibles basadas en realidades locales. El proyecto consideró cada solución desde perspectivas técnicas, económicas, ambientales y sociales a través del intercambio de investigaciones entre socios. La colaboración y el diálogo son claves, y los equipos han compartido datos, enfoques y experiencias para construir nuevos modelos para las pequeñas y medianas empresas, así como crear valor local y fortalecer la cohesión social, tanto en regiones rurales como vulnerables, donde la cultura es uno de los pilares fundamentales, además de reducir los residuos y generar energía limpia.
El éxito del proyecto tiene menos que ver con la ciencia y más con la metodología: escuchar, compartir y respetar el conocimiento local. La ciencia proporciona herramientas poderosas, pero cuando la experiencia técnica y las raíces culturales crecen juntas, surgen soluciones verdaderamente sostenibles.
Empoderamiento a través de actividades ambientales.
El impacto real se refleja en los mensajes enviados por las mujeres rurales durante la implementación del proyecto. «Hola, quisiera expresar mi agradecimiento por haber podido realizar este proyecto. Como todos mis compañeros, me sentí escuchado y apoyado. Creo que este es un proyecto que nos une, nos da perspectiva y nos apoya en las luchas diarias que enfrentamos cada uno de nosotros. Con un enfoque muy visible, con una participación muy creativa y emotiva de principio a fin, fue divertido y… Al mismo tiempo, es frustrante. Con ideas como esta, podríamos tener la oportunidad de influir el mundo siendo más sensibles al ámbito del emprendimiento y apoyando las aspiraciones y motivaciones que sentimos al realizar acciones. ¡Muchas gracias por todos sus pensamientos y consideración!
Ese mismo pensamiento inspiró a la mujer de este artículo. Para ella, plantar árboles no era sólo un acto ambiental, sino también una forma de construir paz, justicia y esperanza. Su trabajo movilizó a miles de personas, especialmente mujeres, y cambió el paisaje y el espíritu del país.
Ella es Wangari Maathai, quien ganó el Premio Nobel de la Paz en 2004. Ese día repitió las palabras que guiaron su vida. «No podemos proteger el medio ambiente a menos que empoderamos e informamos a las personas y las ayudamos a comprender que estos recursos son suyos y deben ser protegidos».



Este proyecto ha recibido financiación del programa de investigación e innovación Horizonte 2020 de la Unión Europea en virtud del acuerdo de subvención Marie Sklodowska-Curie nº 101007733.
Este artículo también se publicará en el número 24 de la revista trimestral.
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